Llega el frío y con él no solo nos abrigamos, también intentamos reforzar nuestras defensas preferiblemente de forma natural.
Los alimentos llamados probióticos son aquellos compuestos por organismos vivos que continúan activos dentro de nuestro organismo con el beneficio de ayudar en las digestiones o alteraciones intestinales mejorando las bacterias de la microbiota, las bacterias consideradas ‘buenas’.
Por su parte, los prebióticos son alimentos, en su mayoría con elevados niveles de fibra, que alimentan y nutren la microbiota del cuerpo del ser humano. Así que no confundir ambos alimentos.
Según la OMS, los probióticos tienen numerosos beneficios para nuestra salud siempre que se dosifiquen y tomen adecuadamente. Hay alimentos probióticos naturales, normalmente con levaduras y bacterias vivas en su composición y que al fermentar, son idóneos para nuestro sistema digestivo en una persona sana.
Ayudan de forma notable a estabilizar lo que solemos llamar “nuestra flora intestinal”, así que son mano de santo para diarreas, gastroenteritis y procesos similares que alteran nuestro funcionamiento y bienestar habitual. Ya no hay que sufrir varios días con malestar y dieta blanda en casa.
Por ejemplo, tras tratamientos con antibióticos o medicaciones invasivas similares que pueden dejar secuelas en ese equilibrio natural de nuestro sistema digestivo. Aquellas personas como intolerancia a la lactosa, también notan evidentes muestras de mejora. Y si los niveles de colesterol son persistentes, los probióticos y prebióticos aceleran la reducción.
Tanto en adultos como en niños, de hecho, muchos pediatras recomiendan probióticos a los bebés para prevenir y ayudar en la posible aparición de los temidos cólicos de lactantes.
Hay complementos para tomar probióticos, pero también los tomamos a través de alimentos que los contienen de forma natural como el chocolate negro, los panes de masa madre, los yogures, la kombucha, el chucrut, los sueros de mantequillas, los quesos crudos, vinagres como el de manzana, las microalgas, el kvass, el kimchi, el tempeh, miso, natto, las aceitunas y los vegetales encurtidos como pepinillos, cebolletas, col o zanahoria.
También encontramos alimentos prebióticos en nuestra despensa habitual, como por ejemplo lácteos, miel, frutas, cereales integrales, frutos secos, leguminosas o verduras, especialmente ricos son los plátanos, alcachofas, puerros, ajos y cebollas.