Con el fin comercial de provocar nuevas compras, los dispositivos pueden dejar de funcionar pasado un tiempo. Es conocida como ‘obsolescencia funcional’ y supone que su funcionamiento empeora y comienza a dar fallos. Por ejemplo aparatos con una vida útil aproximada a un número determinado de usos como las copias impresas por una impresora doméstica. Hay otros productos que dejan de funcionar porque alguno de sus componentes falla, como la batería de un dispositivo electrónico y que provoca un cambio de todo el equipo en muchas ocasiones, es la ‘obsolescencia de calidad’.
Si el motivo es más sutil como piezas o componentes descatalogados hablaremos de ‘obsolescencia indirecta’. En muchas ocasiones conseguir el elemento roto nos cuesta incluso más que el aparato completo nuevo, por lo que se provoca directamente la compra.
Las famosas actualizaciones son también un motivo de conflicto entre tecnologías y nos empujan a buscar el nuevo modelo para evitar que el software nos deje desprotegidos, sin las nuevas prestaciones, servicios, etc. Los expertos lo llaman la ‘obsolescencia por incompatibilidad’ y es una de las más habituales en ordenadores y smartphones.
Y una de las obsolescencias más novedosas y arraigadas hoy es la ‘psicológica’. Es muy sencilla, la publicidad se afana en convencernos que nuestro gadgets es viejo. Hay modelos con diseños y prestaciones muy superiores y novedosas que dejan completamente atrás a nuestro producto, y da igual si sigue funcionando perfectamente, queremos el siguiente modelo. La evolución natural de los productos conlleva nuevos diseños, más aplicaciones y soluciones, pero hasta ahora no conocíamos esta provocación psicológica que deriva directamente en la necesidad de adquirir el nuevo porque posee soluciones que “necesito”.
“En algún punto de California hay una bombilla encendida desde 1901 y muy pocas veces se ha apagado desde entonces. Conocida como Centennial Light es un ejemplo extraordinario de longevidad, ya que fue concebida para funcionar, sin tener en cuenta en ningún momento cuál iba a ser su vida útil.”
“El avance tecnológico que hemos vivido a lo largo de ese centenario nos ha llevado a mejorar la calidad de las bombillas, pero también a programar el momento en que deben morir. Desde el punto de vista del fabricante de bombillas no puede tener más lógica: necesita que se rompan para que el cliente las sustituya, pasando por caja.” Como recoge el blog de Orange, la vida útil de los aparatos está desde hace años programada por sus fabricantes para que el negocio de la venta de nuevos terminales no acabe.
La tecnología se actualiza para fomentar el consumo, es una máxima comercial que hemos asumido los consumidores como algo habitual e incluso normal. Para evitarlo, la Unión Europea se afana en la lucha contra esa famosa ‘obsolescencia programada’ de los productos tecnológicos especialmente, y la novedosa ‘obsolescencia percibida’.
Europa se remanga con la caducidad rápida de los productos en todos los sectores productivos, ¿por qué? Porque existe un convencimiento de que esta ‘obsolescencia’ solo existe en los productos tecnológicos, sin embargo, nada más lejos de la realidad.
En 2030 los textiles tienen que basarse en fibras recicladas que aumenten el ciclo de vida de las materias primas, y que sus procesos de fabricación sean mucho más respetuosos con el medio ambiente, ya que la industria textil es el segundo sector más contaminante del planeta. Solo superado por el sector energético, que es el que más está actualmente deteriorando nuestro medio ambiente.
Las autoridades y expertos europeos tienen claro que los productos que fabricamos deben ser más duraderos, reciclables y reparables, y para ello la concienciación debe ser transversal en todos los sectores productivos, no solo en el tecnológico.