De la inversión bursátil al carrito de la compra, toda la economía se ve alterada por la guerra. En una situación ya de inflación tras dejar atrás una pandemia mundial, la crisis energética global y las huelgas locales trastocan todo.
Nunca una guerra llegará en buen momento, pero la invasión rusa en Ucrania justo ha llegado en una complicada situación económica mundial. El precio de la luz está desde hace meses completamente desbocado y los gobiernos no terminan de ponerse de acuerdo en cómo deshacer un lío que hace paguemos a precio de oro incluso la energía ‘más barata’. Un bien de primera necesidad como la electricidad, inmerso en una encrucijada de impuestos, tasas y mercados mayoristas que no parece fácil de desvincular.
Si logramos que la luz generada, por ejemplo por centrales hidráulicas, se pague a un precio más asequible que otras generadas por otras fuentes más caras, lograremos desvincular también nuestras encarecidas facturas. Mientras, la dependencia energética se complica, porque a mayor demanda, mayor precio, y precisamente los productores de petróleo no son los países más democráticos y transparentes del mundo en sus negociaciones.
El precio de los carburantes se disparó como nunca antes en apenas días y horas, y un sector logístico primordial en España se vio abocado a parar. Como afirmaban muchos profesionales “con este precio, si me quedo en casa pierdo un poco menos de dinero”. Y así fue, una huelga en la que previsiblemente participarían pocos camiones, se transformó en masiva porque era inviable ponerse al volante con esos precios.
En el puerto de Barcelona se estimaba una reducción de camiones del 80% aproximadamente, y con una huelga mayoritaria del transporte por carretera, los productos tardaron poco en escasear en los lineales de los supermercados. Pero aún, explotaciones ganaderas que tienen que tirar su leche y donde escasean los piensos para los animales. En la flota pesquera también tenía difícil trabajar con esos precios de combustibles, según las cofradías gallegas “os nosos barcos non andan con promesas, andan con gasoil.”
Así, la subida de precios de los combustibles, aunque un poco menos disparada que los primeros días, pone en jaque la subsistencia de muchos empleos.
El transporte por carretera cubre en nuestro país un porcentaje muy elevado de la logística, pero el entramado de empresas, subcontratas, autónomos, flotas pequeñas y flotas más grandes, hace que este sector sea dócil y muy barato tradicionalmente. Con unos márgenes tan mermados durante años, el tiempo de maniobra ha sido escaso.
Si los salarios suben menos que la inflación y que los precios en general, en el sector transportista esa situación lleva pasando años y se ha agravado más últimamente. Autónomos sin derechos (como en tantos sectores) que duermen en su cabina hasta que en su destino comienzan a despertar. Horas esperando a ser descargados en los muelles de carga y descarga, por no hablar de aquellas empresas que ‘obligan’ a los transportistas a descargar la mercancía. Una labor con poca visibilidad, menos derechos y miles de familias en nuestro país dependientes de esa precaria forma de vida.
Un círculo vicioso cuando muchos de los ‘camioneros’ españoles tienen que pagar hipotecas por las ‘tarjetas’ o licencias de circulación, y/o sus propios camiones y remolques. Solo la cabeza tractora supera los 125.000 euros, y los remolques unos 30.000 euros aproximadamente. En un depósito de un camión caben unos mil litros de gasoil, de llenarlo antes de esta 'revolución' de precios a hoy, se ha engordado la factura más de 2.000 euros mensuales.
Las bolsas llevan días inestables, y sufriendo notables pérdidas, solo los bancos levantan el IBEX 35, mientras que Rusia pide que su gas se pague en rublos para saltarse y aliviar sus sanciones y cerco económico por las sanciones tras su invasión en Ucrania. Más ingredientes, que cada mañana sobresaltan unos mercados que no están aún ‘curados de espanto’.