La decoración navideña regresa a la esencia, a lo emocional y sencillo. Las tendencias se alejan de los árboles de Navidad demasiado perfectos y con materiales y colores muy artificiales. Da calidez y naturalidad a tu árbol para un hogar auténtico.
Prácticamente todas las tendencias actuales de interiorismo dan una vuelta hacia la esencia y la sencillez, y la decoración navideña no es ajena a esa ola de naturalidad. Los árboles de Navidad son el símbolo más extendido de estas fechas de fin de año, pocos se resisten a decorar con alegría e ilusión su árbol.
De todos los tamaños imaginables pero el color verde triunfa como la base de un árbol real, sencillo y sin estridencias. Cuanto más real y lleno de imperfecciones mejor. Se huye de ramas del mismo grosor, largo y ancho perfecto, al contrario, buscamos que en lugar de ver un escaparate simétrico alejarnos y encontrar la belleza en la naturaleza.
Si nuestro árbol está salpicado de piñas de diversos tamaños y formas lo dotaremos de mayor realismo, además, por su color, textura y forma aportan una gran naturalidad y calidez. Buscamos estéticas cálidas, emocionales y llenas de nostalgia y recuerdos. También otro tipo de hojas y ramas se camuflan entre las ramas del abeto tradicional para darle más cuerpo, consistencia y salir de la perfección rompiendo diferentes grosores, longitudes...
La decoración no es impuesta, parece que fluye del árbol con naturalidad, sin rigidez, con juegos de volúmenes y combinaciones desenfadadas que invitan a la relajación frente al árbol más emotivo.
Los colores que acompañan al típico árbol verde pero con pinceladas marrones, ocres y de varios verdes diversos, son tonalidades naturales, toda la gama de naranjas y rojos, burdeos y chocolate, tierras y ocres, dorados suaves y matizados. La clave es alejarse de histrionismos y brillos artificiales que hace tiempo coronaban la Navidad.
Los textiles como decoración del árbol ganan mucho terreno, surgen cintas con caídas verticales o grandes lazadas lánguidas. Adornos mullidos cosidos a mano en lugar de frías bolas. No renunciamos a las bolas, pero aparecen revestidas de terciopelo, lino grueso, algodón, satén en mate. La mezcla y combinación de diferentes tejidos y texturas dan profundidad y calidez al conjunto y ganamos en dar la sensación de hogar.
El árbol deja de ser una pieza aislada del resto de la vivienda y de su mobiliario, ya que sus adornos y su composición se quiere integrar mucho más en la decoración de la casa, aportando sentimiento.
La filosofía de esta nueva imagen de nuestros árboles de Navidad, evidentemente, también se ve reflejada en su iluminación. La luz de un árbol de Navidad es clave para que luzca de verdad. La premisa principal es dotarlo de muchas y pequeñas luces tipo LED, muy integradas en su vegetación y decoración, sutiles y muy presentes. Menos es más, y la Navidad es pura luz.
La tonalidad de las luces del árbol en la actualidad tiene que ser sí o sí, muy cálida. El color y la temperatura de la luz debe ser anaranjada, muy lejos de la luz fría blanca o azul. La propuesta es crear atmósferas llenas de magia e ilusión, un resplandor acogedor que invita a soñar y a sentirnos con la inocencia de un niño.