El cambio climático es una realidad, aunque a veces no lo queremos ver, y sus efectos en el Medio Ambiente son una realidad incuestionable e imparable. Clima, sequía, inundaciones, incendios… Nuestra biodiversidad nos lo muestra cada día, incluso aunque no terminamos de creer que realmente La Tierra ya nunca será la que hasta ahora.
El cambio climático está transformando de manera acelerada los patrones climáticos globales, con consecuencias devastadoras para el planeta. Uno de los fenómenos más evidentes de este cambio es la sequía, que afecta tanto a regiones tradicionalmente áridas como a zonas que antes gozaban de climas más húmedos y que no eran consideradas en riesgo de desertificación o similares.
De hecho, hoy, según los últimos datos ofrecidos en los informes de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el aumento de las temperaturas globales ha provocado alteraciones drásticas en los ciclos de precipitación, lo que resulta en sequías más prolongadas e intensas en diversas partes del mundo.
Las cifras son realmente muy alarmantes, por ejemplo, el informe del IPCC o Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de 2023 señala que, si las emisiones de gases contaminantes de efecto invernadero siguen al ritmo actual, la temperatura global podría aumentar hasta 3°C para finales de este siglo. Este aumento de temperatura no sólo acelerará el deshielo de los glaciares, sino que alterará la disponibilidad de agua potable y comprometerá la seguridad alimentaria, al reducir los recursos hídricos necesarios para la agricultura. El agua, ese bien tan preciado y que determinará, según muchos apuntan, el futuro del planeta y de nuestra sociedad.
La sequía, como consecuencia directa del cambio climático, no es solo una preocupación para los países del sur global; incluso las naciones desarrolladas, como Estados Unidos y España, han experimentado sus efectos devastadores. En 2023, el sur de Europa vivió una de las peores sequías de su historia, con caídas drásticas en los niveles de los embalses y una disminución significativa en la producción agrícola. Este tipo de episodio demuestra cómo la ecología y la eficiencia energética deben ser prioridad para mitigar los efectos del cambio climático, lejos del 'greenwashing' corporativo y las modas 'verdes o eco' recurrentes.
El cambio climático no es un fenómeno aislado, sino el resultado de la acumulación de actividades humanas que incrementan los niveles de CO2 en la atmósfera. La deforestación, la quema de combustibles fósiles y la agricultura intensiva son tan solo algunos de los factores que contribuyen a la alteración del clima, pero evidentemente tienen un efecto irrefutable. La solución radica en adoptar políticas de sostenibilidad que fomenten un uso más eficiente de los recursos energéticos, promuevan las energías renovables y protejan los ecosistemas.
Es imperativo que los individuos, las organizaciones, las empresas, los gobiernos y todas las sociedades tomen acción a la hora de preservar la biodiversidad, proteger el medio ambiente y mitigar así, al menos en parte, el impacto del cambio climático. De no hacerlo, las sequías y otros fenómenos climáticos extremos podrían convertirse en una amenaza aún mayor para la estabilidad de nuestro planeta. La transición hacia un futuro más sostenible, basado en la eficiencia energética y la reducción de emisiones, es la única forma conocida y efectiva de evitar que los efectos del cambio climático sigan alterando la vida en la Tierra.